Según Wikipedia, se entiende por comorbilidad, al término médico, acuñado por AR Fenstein en 1970, y que se refiere a dos conceptos:
La presencia de uno o más trastornos (o enfermedades) además de la enfermedad o trastorno primario.
El efecto de éstos trastornos o enfermedades adicionales.
Sin duda alguna, somos muchas las familias que entendemos que la mayor comorbilidad en el caso del TDAH y relacionados es la “comorbilidad socio-educativa”, no contemplada directamente en la literatura científica, aunque desgraciadamente patente en una inmensa mayoría de niñ@s afectad@s, donde demasiado a menudo los tratamientos multimodales quedan relegados a la farmacología (no siempre efectiva) y en el mejor de los casos, cuando la economía nos lo permite, a la psicoterapia privada, escasa, cara y poco especializada e individualizada para cada paciente.
El apoyo escolar efectivo y real es atípico y dependiente en gran medida de la actitud de docentes implicados, comprometidos por principios y conocedores de esta patología, lo cual supone una minoría, dado el carácter dudoso que muchas veces se le etiqueta a este trastorno conocido como la “enfermedad invisible”, así como la elevadísima falta de formación hacia estos trastornos psiquiátricos.
Por otra parte, la mala publicidad de este trastorno al que se relaciona en demasiadas ocasiones con un problema meramente de falta de educación familiar, donde supuestamente no se verifican reglas, rutinas, esfuerzos diarios, constancia etc. relegan socialmente al entorno del afectado y a su familia, a ser discriminados socialmente en muchos casos, mediante exclusiones en actividades lúdico-recreativas y de cooperación conjunta.
Todo ello conforma una devastadora realidad socio-educativa para el afectado, al que determinadas inhabilidades en sus funciones ejecutivas y, a menudo, sus pobres destrezas en habilidades sociales coarta en gran medida un desarrollo pleno y eficaz en su etapa de aprendizaje y pertenencia grupal social, lo que genera en gran medida gran frustración, baja autoestima, ansiedad, depresión y una notable carga en muchas ocasiones de agresividad latente; esa que palpa y nota en demasía hacia él por el grupo de compàñer@s.
En definitiva, se produce una dinámica minante en la personalidad del niño que redunda inexorablemente en llamadas comorbilidades pero que posiblemente no sean originadas por la patología en sí, sino por el caldo de cultivo que se fragua en las relaciones interpersonales con sus iguales, así como por la falta atroz de medidas conducentes a paliar en buena parte las modificaciones de ciertas inhabilidades y el aprendizaje de herramientas para la plena y óptima socialización-aprendizaje de los afectados.
Como muy bien expresa uno de los mejores psiquiatras infanto-juveniles del país (y muy escasos por cierto), el Dr. Joaquín Díaz Atienza:
“Si somos capaces de delimitar claramente en cada niño sus dificultades específicas y “sobreañadidas” a lo que clínicamente entendemos como TDAH, si somos capaces y disponemos de medios apropiados para implementar una intervención individualizada, estos niños responden sorprendentemente bien, incluso mejor que otros alumnos que no presentan estos problemas.
Según mi opinión, siempre que contemplemos la motivación y la autoestima en nuestras
intervenciones, los niños y niñas con TDAH son alumnos que responden de forma muy
satisfactoria a los programas psicopedagógicos. Creo que no debe condicionarnos
negativamente el déficit, sino pensar que detrás de él hay una gran variedad de posibilidades que debemos explorar y utilizar con objeto de sacar el máximo partido de los niños con TDAH.
A veces, con nuestros comentarios negativos, con nuestras limitaciones en cuanto a recursos, con nuestros prejuicios contribuimos a acentuar los déficits más que destacar las enormes posibilidades que estos niños presentan”.
Del estupendo artículo del Dr. Díaz Atienza: “TDAH y comorbilidad”
Fuente: http://www.paidopsiquiatria.com/rev/numero7/comor.pdf
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