Siempre que algo se escapa a nuestro entendimiento zanjamos el tema con la misma expresión: “La culpa la tienen los padres”. Creo que hablamos con tanta ligereza o tenemos una memoria tan corta, y selectiva, que rallamos en la inconsciencia
Yo recuerdo mi infancia y adolescencia con notables diferencias a como se vive la de hoy. Podíamos salir a jugar a la calle sin miedo a que te atropellara ningún coche, ni a que te proporcionaran droga a las puertas del colegio. Nuestros padres no tenían que esforzarse en decirnos que no viéramos la televisión o que nos fuéramos pronto a la cama, porque la televisión a una hora prudencial dejaba de mostrar sus 365 líneas. No tenían la presión de que regalar por Navidad o por el día de Reyes, primero porque en España no había llegado todavía Papa Noel y segundo porque los pocos anuncios publicitarios que había eran para adultos, es decir, productos de alimentación, limpieza y bebidas.
Nuestros amigos se limitaban a los amigos del colegio y del barrio, a los que nuestros padres conocían, mientras nuestros hijos tienen amigos en “la red”, es decir, tienen infinidad de amigos invisibles que los padres nunca llegaremos a conocer.
Era fácil elegir a que jugar: las canicas, las chapas o la peonza para los chicos y a las alfileres, las tabas o la comba para las chicas. Un número reducido de artilugios que utilizábamos, bien en nuestras casas, en los patios de los colegios o en nuestros barrios. ¿A que juegan hoy? Me gustaría que leyeran el libro “A que juegan nuestros hijos” del Doctor Javier San Sebastián y la Periodista Isabel San Sebastián. Les puedo asegurar que a todo menos al “yo-yo”.
Había fracaso escolar, es cierto, pero hoy son tantas las veces que muchos de ellos, de todos los estamentos sociales, han fracasado, que poco les importa lo que en el colegio suceda. Debiéramos, por ello, aprender de alguno de los Países Nórdicos, como Finlandia, donde el fracaso escolar no existe, o éste es muy reducido. Existe, en contraposición a nuestro fracaso escolar, el fracaso docente y esto debiera hacernos reflexionar para poder poner en nuestro país los remedios adecuados.
Repasando el medio ambiente recordaremos como reciclábamos los pocos envases existentes y comparémoslo con la situación actual, en el que el despilfarro y la generación de basura es la tónica imperante.
Me viene a la memoria también “las golosinas” y los tipos que teníamos a nuestra disposición, sugus, chupa-chups, pirulís y poco más. Si contásemos las que existen hoy en el mercado nos faltaría papel para reflejarlas. ¿Se han dado cuenta que todas las cajas de los supermercados están repletas de un sin fin de atractivas golosinas? Los padres solemos acudir a los supermercados con nuestros hijos y esperar en las colas un buen rato, y constantemente hay que decirles que no. Puede que a veces caigamos en la debilidad de comprar, pero eso no significa que mal educamos a nuestros hijos.
Los conocimientos que teníamos sobre sexualidad eran los justitos. Los niños venían de Paris. Hoy hemos pasado al lado opuesto, ya no sólo se les anima al “póntelo – pónselo”, sino que además se pone a su alcance la pastilla del día después y por si esto fuera poco el aborto y todo ello con absoluta naturalidad. Una cosa es que eduquemos a nuestros hijos en una sexualidad sana y sin tapujos y otra muy distinta es que la sociedad y las instituciones que debieran velar por su educación, nos lo pongan a los padres aún más difícil.´
Quizás recuerden alguna actividad extraescolar más que yo, pero a mí me cuesta recordar que durante la semana fuéramos a algo más que a “la particular”, mientras que ahora todos los niños tienen que ir a idiomas, deportes, técnicas marciales, teatro, pintura, piano y un largo etcétera. Los padres hemos oído que es bueno para la salud física y mental del niño, que le ayudará a tener más confianza en sí mismo y a relacionarse mejor. Pero no nos preguntamos si existe esa necesidad en el niño o simplemente es una forma de ocupar su tiempo al salir de clase, cuestión que no nos planteamos porque a los padres nos han creado esa necesidad, nos han inculcado que el niño que no está apuntado a actividades extraescolares estará perdiendo el tiempo y la oportunidad de prepararse para el futuro, aunque para ello tengamos que aumentar nuestros ingresos, es decir, que el padre y la madre tengamos que trabajar largas jornadas fuera del hogar.
Tenemos hipotecas, móviles, gastos de telefonía con conexión a Internet, varias televisiones en casa, coches, fines de semana, cenas con amigos, el día de la madre, el del padre, etc, necesidades creadas que nos obligan a mas trabajo y menos tiempo disponible para nuestros hijos.
Por todo ello, la diferencia más notable que yo veo entre nuestra juventud y la de nuestros hijos es el bombardeo insistente y sistemático de anuncios publicitarios, modelos de vida y propaganda de todo tipo a la que todos, padres e hijos, estamos continuamente sometidos, por lo que no parece lógico que echemos la culpa a los padres de todo lo que sucede a nuestros hijos, ya que cada día la sociedad y el medio que nos rodea nos pone más difícil ejercer nuestra función como tales.
Es por ello que la solución, a mi juicio, pasa por una mejor y más profunda educación, pues una sociedad que emplee más recursos en que sus ciudadanos reciban una educación más sólida será una sociedad más libre y mejor, menos sometida a las presiones exteriores y, por ello, más independiente y autosuficiente.
Fuente: http://www.fundacioncadah.org/blog/?p=1164
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